viernes, 31 de julio de 2015

Cuando nada es mío... (Capítulo V)

(Si quieres leer esta historia desde el principio visita las entradas anteriores en el apartado Historias :) )

CAPÍTULO V

Al salir del Aula Magna veía todo a mi alrededor borroso y confuso, como si una tela transparente de me hubiera puesto delante de la cara y no me dejara ver a dónde ir. Oí la voz de Alex en la lejanía preguntándome a dónde iba y repitiendo mi nombre a gritos una y otra vez pero yo no quería responder, sólo quería desaparecer y frenar todos los pensamientos que invadían mi cabeza.
Salí a la calle sin dejar de correr, mis piernas marcaban el camino y cuando llegué al paseo marítimo de la ciudad paré en seco. Vi la torre de Hércules a lo lejos con su implacable luz señalando no sólo el camino a los barcos, sino también el mío: sabía a dónde quería ir. Me saque los zapatos de tacón y seguí recorriendo el paseo marítimo lo más deprisa que ese maldito vestido me permitía, pero cada vez estaba más cerca de mi destino.
Cuando por fin pise la fría arena con mis pies descalzos sentí libre por primera vez en meses y no podía sentir nada mejor en aquel momento. No necesitaba otra cosa que el aire fresco y marino de mi playa favorita en Galicia, la playa de As Lapas. No era una playa impresionante como podría ser la Playa de las Catedrales pero era una playa pequeña y tranquila, protegida por dos muros de rocas naturales e iluminada por la Torre de Hércules.
Me quede de pie, inmóvil, mirando al horizonte. Quería sentirme libre y salvaje como el mar y siempre que estaba allí me gustaba bañarme a la luz de la luna y dejar mi mente ausente durante unos minutos. Deje mis zapatos en la arena y me quité las pinzas que sostenían mi largo pelo dejándolo a merced del viento y sintiendo ese aire fresco y familiar en la piel. Empecé a bajarme la cremallera del vestido cuando vi una mancha negra en la oscuridad acercándose a mí velozmente. Intenté forzar la vista para saber qué era eso pero cuando por fin vislumbré su figura, esa mancha me había tirado al suelo.
Sentía un gran peso encima de mí y una lengua húmeda y fina lamiéndome toda la cara como si fuera un delicioso helado o viendo que se trataba de un perro, un cuenco de pienso. Intenté levantarme pero los besos de aquel perro me hacían muchas cosquillas y no podía flexionar mi cuerpo hacía arriba.
-          ¡Para, por favor, para! – dije entre carcajadas - ¡Vas a hacer que me duela la barriga! ¿Dónde está tu dueño, cosita?
Oí una voz y unos pasos que se acercaban a mí y al animal de forma exhausta ¿Sería su dueño?
-          ¡Ayuda, por favor! – grité riéndome – ¡Este perro es demasiado cariñoso!
-          Perdóneme, por favor – dijo aquella voz que me resultaba familiar – No sé porque mi perra ha salido corriendo de esa manera…
Aquel hombre apartó a su perra de encima de mí y me tendió una mano para ayudarme a incorporarme del suelo. Le di mi mano sin pensarlo y cuando estaba a punto de apoyar mis pies al completo en la arena, la perra pasó entre mis piernas haciéndome perder el equilibrio hacía adelante.
No quería abrir los ojos después del grito que había salido de mi garganta y cuando aquel hombre se disculpó de nuevo, me vi obligada a hacerlo para darme cuenta de que estaba estrujándolo con mis brazos.
-          Lo siento mucho de verdad, no quería abrazarlo, pero su perra me asustó y…
-          No pasa nada Raquel, algún día tenía que dejar de disculparme yo por los sustos que te da mi perra.
¿Qué? ¡Ha dicho mi nombre! Lo miré y allí estaba, el chico del cementerio y su perra Perla, disculpándose de nuevo por el entusiasmo de su mascota. Estaba tan distraída que no me había dado ni cuenta de que era él el que estaba conmigo todo este tiempo.
-          ¿Qué haces aquí? – pregunté en un tono que por su cara fue algo desagradable – Lo siento… pensaba que vivías en otra parte, no pensaba verte por aquí…
-          Durante la semana vivo aquí, para ser exactos… ¿Ves ese edificio de ahí? – Lo dijo acercándose a mí y señalando un edificio de apartamentos muy cercano a la playa – Pues vivo en el último apartamento con esta hermosura de perrita.
Los miré a ambos. Era una imagen preciosa, se notaba que él amaba a su perra y que la cuidaba todo lo que podía. El aire empezó a soplar con más fuerza y unas gotas heladas irrumpieron en la playa como una tempestad.
-          ¡Oh, mierda! – exclamé mirando al cielo – Esto no puede estar pasando…
-          ¡Vamos!
Martín me cogió de la cintura y me hizo correr hasta la puerta de su edificio sin descanso. Los dos estábamos exhaustos y nuestras respiraciones no nos dejaban mediar palabra, incluso Perla se había sentado en el portal mirando a la playa con una mirada cansada.
Estaba apoyada en la pared de piedra y un escalofrío recorrió mi espalda haciendo que me estremeciera. Martín se dio cuenta y levanto su cabeza para mirarme a los ojos. Su brazo estaba apoyado en la pared a la altura de mi cabeza y su otra mano aún se encontraba en mi cintura. Nos quedamos mirándonos a los ojos durante mucho tiempo, hasta que otro escalofrío invadió mi cuerpo.
-          Estás helada – dijo Martín mientras me tocaba el brazo con la mano – Puedes ducharte en mi casa y poner tu ropa a secar. Luego te llevaré a casa en coche ¿Te parece bien?
No dije nada, no podía. El frío sólo me dejo asentir y la necesidad de pegarme a una estufa era más fuerte que mi idea de irme. Así que cuando el abrió el portal, me metí dentro mirándole como un cachorrito asustado y él me mantenía la mirada, cortésmente, sin apartarla ni un segundo.
-          Martín, yo no…

-          No te preocupes, te llevaré a casa cuando me lo pidas.

jueves, 23 de julio de 2015

Cuando nada es mío... (Capítulo IV)

(Lee esta historia desde el primer capítulo)
CAPÍTULO IV

La universidad estaba llena de gente y Alex no paraba de bromear sobre lo ridículo que llevaba el pelo aquel día. Estaba muy nerviosa, notaba como mis piernas a penas soportaban el peso de mi cuerpo y como un ligero malestar invadía mi barriga poco a poco. Se estaba acercando el momento y ni siquiera sabía cómo iba a entrar en aquella clase por primera vez.
Cuando estábamos delante de la puerta del Aula Magna no pude reprimir un bufido… ¡Me va a dar algo! Sólo tenía que respirar y reproducir lo que había practicado con Alex en su casa. No podía ser tan difícil. Me giré para despedirme de Alex y entrar en aquella basta superficie llena de sillas y mesas, cuando noté que él me estaba mirando muy serio.
-          Lo vas a hacer muy bien – dijo poniéndose a mi altura – Todos sabemos que eres la empollona del grupo – sonrió.
-          ¡No soy empollona! – bufé mientras me colocaba un mechón de pelo detrás de la oreja – Sólo soy ligeramente lista
-          ¿Ligeramente? Con 22 años vas a dar una clase a los estirados de psicología sobre “no sé qué trastornos” y no has terminado la carrera… Creo que deberías valorarte un poco más
Era tremendamente insoportable y cuando se ponía serio o profundo era muchísimo peor, pero supongo que cuando alguien entra en tu vida dejando el currículum de mejor amigo no se pueden esperar menos beneficios. Lo miré fijamente a los ojos y le eché la lengua con todas mis ganas, se merecía un gesto peor por tener la razón en algo así que cerré los ojos muy fuerte e hice con más ganas mi gesto de burla. Cuando abrí los ojos su nariz estaba tocando la mía, notaba su respiración en mi cara y no me molestaba, ni siquiera sabía cuantos segundos habían pasado pero me habían parecido una fugaz eternidad.
-          La próxima vez que me saques la lengua, te la muerdo
Abrí los ojos como platos y me fui de su lado sin mirarle a los ojos siquiera, ¿pero qué estaba haciendo? No quería ni pensarlo pero ese recuerdo se reproducía en mi mente una y otra vez sin parar, como si alguien le hubiera dado a la opción de un bucle infinito. ¿Qué me estaba pasando? Nunca había pensado en Alex de esa manera, era mi mejor amigo y esas cosas estaban prohibidas ¿no? Seguramente lo pondría en algún manual de colegas o algo así. ¿Pero qué coño estoy pensando? Ha sido una tontería, otro tonteo de amigos, porque los amigos también tontean y seguro que él ya no se acordará después, eso es…
-          ¿Estás lista? – dijo una nerviosa y femenina voz
-          - ¿Eh, qué?
-          Qué si estás lista, Raquel… Tienes que estarlo, es una oportunidad buenísima para ti y podría ayudarte con algunos créditos de tus prácticas externas…
-          ¡Oh, sí! No se preocupe Directora, lo haré lo mejor que pueda – le sonreí enseñando los dientes y ocultando mi nerviosismo - ¡Allá voy!
Entré al aula por una de las grandiosas puertas laterales y sentí como algunas miradas curiosas me examinaban exhaustivamente en la tenue oscuridad del aula. Se oían susurros procedentes de conversaciones privadas, algunas palabras volaban libres por la sala perdiéndose en el alto techo y por supuesto se oía silencio, un silencio que se iba volviendo realmente pesado a medida que mis piernas me guiaban al amplio escenario en el que seguramente los demás me verían muy pequeña.
Cuando llegue al centro de aquella especie de mirador sentí las miradas clavadas en mí, miradas que parecían poder traspasar cualquier cosa, ver hasta la más íntima inseguridad. Me aclaré la voz mientras tocaba con las palmas de las manos mi vestido de tubo granate que me llegaba hasta las rodillas. Miré mis zapatos de tacón negros pensando que quizá debería haberme puesto unas converse y unos vaqueros, en vez de ir vestida como la típica profesora con moño y gafas de los sueños masculinos.
Miré al fondo del aula y pude ver como la mirada penetrante de la Directora se posaba en mí con una especie de amenaza implícita en ella. Suspiré y sin dejar a mi hiperactiva mente continuar con sus idas y venidas me presenté.
-          Buenas tardes. Mi nombre es Raquel y me parece que a partir de ahora seré su guía durante sus estudios en el apasionante mundo de la conducta infantil y adolescente. Soy consciente de que han estudiado las bases de la terapia y sus herramientas, por lo que me gustaría empezar hablándoles sobre los trastornos del sueño en la etapa de la infancia…
Las horas fueron pasando deliciosamente mientras el ambiente se cargaba de exquisitos conceptos psicológicos e historias personales sobre pesadillas y anécdotas infantiles que nada tenían que ver con la materia pero que le daban a la clase una esencia especial. Era el tiempo de las preguntas y me sentía extrañamente emocionada al tiempo que empecé a sentir miedo por no saber contestar correctamente las preguntas y parecer una simple estudiante de tercer año sin habilidad ni aptitud para la enseñanza.
Sin embargo, las preguntas resultaron ser bastante básicas y teóricas, y una vez terminadas me despedí y me giré dispuesta a salir de allí con un gran sabor de boca.
-          Perdone profesora – una voz interrumpió mi caminar decidido – querría preguntarle algo antes de que se vaya
Dirigí mi mirada hacia los alumnos intentando averiguar de quién provenía la pregunta. Repasé cada fila unas dos veces hasta que un alumno que estaba sentado en el final del Aula Magna se levantó dejándose ver por fin. El alumnos en cuestión era un chico de unos 24 años muy atractivo, su pelo era rubio y tenía la piel morena, y no parecía el típico listillo que se sienta en el fondo de la clase.
-          Verá, ha explicado todo lo necesario sobre la teoría pero apenas se ha parado a explicarnos qué es un terror nocturno. No me refiero a que nos dé una definición, si no que nos hable de algo más profundo ¿Sería posible?
Por un momento me quedé totalmente petrificada, ¿qué que es un terror nocturno? ¿qué explique cómo es? Seguramente era la pregunta que menos me esperaba escuchar en aquel momento…

-          Quiero que se imagine lo que voy a decir a partir de ahora – dije con la voz ronca – Imagine lo que le dé más miedo en este mundo, un miedo que le produzca una angustia aterradora, tanto que solo el mero hecho de pensar en ello le corte la respiración y le haga sentir como su vida se quiebra sin poder evitarlo… Imagínese estar dormido pero despierto, como un sudor frío le recorre el cuerpo y como todos sus músculos se tensan al unísono. Querer despertar y estar atrapado en su propio subconsciente donde todo parece no llegar nunca… y lo peor es despertarse gritando de terror sin saber que lo que hay a tu alrededor es la realidad, porque es justo ahí donde el mundo de los sueños y la realidad se cruzan, pero siempre predomina el sueño. Por último, imagínese el miedo a quedarse dormido. Espero que haya sido lo suficientemente profundo. Que tengan una buena noche.

jueves, 16 de julio de 2015

Cuando nada es mío... (Capítulo III)

CAPITULO III

La estación de Coruña no era como esas de las grandes ciudades como Madrid o Barcelona, pero siempre estaba llena de un tráfico inmenso de gente, con sus idas y venidas, sus despedidas y reencuentros y sobre todo con ese olor a nuevos proyectos y viajes a nadie sabe dónde. Eso estaría bien, coger un tren e ir a algún lugar en el que nadie te conozca, donde no tengas pasado y que tus pasos te lleven siempre hacia adelante.
Bajé del tren de un salto arrastrando mi maleta y mi bolso de mano después de mí. Me encantaba Coruña, la mejor ciudad del mundo, lo único que me faltaba era mi padre, aunque hablábamos varias veces al día por teléfono para contarnos cualquier tontería. Era nuestra manera de estar juntos a todas horas. La puerta de la estación dejaba entrar la luz solar formando una figura geométrica amarilla en el suelo gris de la estación. Sin pensármelo dos veces, traspase la puerta y le di las buenas tardes a mi querida ciudad.
Mientras caminaba hacia la casa de mis abuelos iba pensando en todas las cosas que tenía que hacer durante aquellas semanas y a la gente que quería ver. No era difícil de saber, aparte de a mis abuelos la otra persona que estaba en mi cabeza era Alex, mi mejor amigo. Siempre pensé que nuestra relación era muy rara, a penas teníamos cosas en común y nuestras personalidades eran casi opuestas la una a la otra, pero había algo que nos mantenía juntos. Y para mí, que nunca se me dieron bien las relaciones sociales tan propias del ser humano, era agradable tener alguien con quien compartir parte de mi vida.
No sabría decir en qué momento noté que estaba en la puerta del piso de mis abuelos, no me había dado ni cuenta de que había cogido el ascensor para subir al séptimo piso, pero con los años había aprendido que podía hacer muchas cosas de forma sistemáticas sin apenas darme cuenta de que lo estaba haciendo, ya que mis pensamientos eran más fuertes que la propia realidad que me rodeaba. Antes de tocar el timbre vi como la puerta se abría y una mujer de piel morena y sonriente me cogía del brazo y me metía dentro de la casa.
-          ¡Ay Raqueliña! Ya estás aquí – Siempre me achuchaba cuando me veía. Daba igual el tiempo que pasará, siempre había una gran abrazo y muchos besos para mí - ¿Cómo estás mi neniña? ¿Tienes hambre?
-          Estoy bien abuela – sonrío – He comido con papá antes de venir
-          Pero estás muy delgada Raquel. No estás comiendo bien ¿verdad?
-          No tengo hambre de verdad, he comido mucho. ¿Y el abuelo?
-          El abuelo está en el baño terminándose de arreglar para ir a dar un paseo. ¡Moncho! La niña ya ha llegado.
Esto era un diálogo permanente cada vez que venía a verlos o a quedarme una temporada y la verdad es que me encantaba. Podría jurar que eran las dos personas que me alegraban las mañanas con sus pequeñas cualidades heredadas de algún tipo ritual antropológico antiguo que ha pasado a los abuelos de cada familia de generación en generación. ¡Quién sabe si yo cuando sea abuela asumiré esa cualidad sin enterarme!
-          ¡Raqueliña! ¿Cómo estás mujer? – Mi abuelo no era de muchas palabras pero siempre tenía una sonrisa de oreja a oreja y una palmadita que darte en la cara como saludo.
-          Muy bien ¿y tú? Me imagino que ya es hora de merendar – Le sonreí dándole un pequeño codazo en el brazo.
-          Vamos a ver si comemos una manzana por aquí antes de ir a jugar a las cartas – dijo mientras se frotaba las manos y sonreía picaramente
Mi abuelo era un hombre que amaba la comida y que seguramente comería sin medida si pudiera y si mi abuela no estuviera con un ojo siempre encima de él. Esos eran mis abuelos y los adoraba infinitamente, al fin y al cabo ellos contribuyeron a gran parte de mi crianza.
-          Ahora tengo que irme a la universidad – dije mientras cogía mi bolso y algunos libros que me hacían falta – Volveré para cenar, a las 9. ¡Ah! – me giré mientras abría la puerta de la calle y le guiñaba un ojo a mi abuela – Te he traído el tupper de vuelta.
Cerré la puerta tras de mí después de que mi abuela comprobara de que llevaba una chaqueta en el bolso y asegurarse de que no tenía hambre. Llamé al ascensor  pensando en que Alex estaría esperándome en la esquina de siempre y que llegaba tarde… ¡Otra vez! Una vez salí del edificio me fui corriendo a su encuentro. Tenía muchas ganas de verlo y que me contara sus hazañas nocturnas de los sábados que me perdí mientras estaba en casa. Siempre tenía algo que contarme por muy insignificante que fuera y a mí me encantaba escuchar sus tonterías aunque yo supiera que la vida real no tuviera nada que ver con los sábados noche.
Cuando por fin llegué a nuestro lugar, ahí estaba él y sus pintas de “me importa un carajo lo que pase a mi alrededor”. Alex tenía el pelo a la altura de los hombros, aunque siempre lo llevaba recogido en un pelirrojo y casual moño. No era de esos chicos que se miraban tres veces al espejo antes de salir y su barba lo delataba en ese aspecto y aún así parecía que su look estaba totalmente planeado. Como no, Alex no sería nada sin sus tatuajes, en especial la enredadera de su muñeca derecha, mi tatuaje favorito de todos los que tenía, y sus converse sucias.
-          Lo siento, llego tarde – le dije intentando coger todo el aire de una vez.
-          No pasa nada – se quitó los cascos mientras empezaba a caminar hacia la universidad - ¿qué planes tenemos para hoy?
Me quedé mirándolo un rato intentando averiguar qué es lo que pasaba por su cabeza, pero era imposible, si algo tenía Alex de especial era que nunca puedes adivinar qué es lo que está pensando e incluso apostaría que a veces se aprovecha de eso para confundir a las chicas. ¡El tío con la actitud más pasota que he conocido!
-          ¿Qué piensas nena? – dijo mientras sonreía de medio lado
-          ¿Qué? ¡No me llames así! Hoy tenemos dos tutorías y después si quieres podemos ir a tomar algo ¿Te parece bien, NENE? – le dije esto último con la voz más tonta que pude encontrar en mi gran repertorio
Él volvió a sonreír con esa sonrisa de medio lado que tanto le gustaba poner y a veces me daba tanta rabia que la usara mientras me llamaba nena que le pegaría de lleno… Pero no podía, en realidad, puede que me gustara su manera de tratarme, era algo que la confianza había creado después de tantos años aguantándonos.
-          Jamás le diría que no a una tapa o a una hamburguesa. En el fondo me has echado de menos… ¿verdad NENA? – él también puso voz de tonto insufrible.
-          ¡Ya te gustaría!




martes, 7 de julio de 2015

Cuando nada es mío... (Capítulo II)



CAPÍTULO II

“- ¿Acaso sabes algo de mí? ¿Mi color favorito, mi número de la suerte? ¿Sabes qué quiero ser de mayor o a qué países quiero viajar?... ¡Claro que no! Tú no me conoces, no has querido conocerme, así que no te atrevas a meterte en mi vida cuando a ti te apetezca.
-          ¡Raquel! No me hables así… Soy tú madre y no me merezco esas formas en las que me hablas.
-          ¿Madre? Dime, dónde estabas el día en que me dej…”

Me desperté sobresaltada, rodeada de oscuridad y silencio ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estoy? Oí un ruido lejano y continuo, un sonido que parecía recorrer las paredes rápidamente, sin apenas ser percibido. Mis oídos estaban taponados y a penas conseguía adaptar mi vista a la oscuridad, estaba perdida en algún lugar que a lo mejor no conocía… y… ¿dónde está ella? Estaba aquí hace unos segundos, estaba aquí y ahora… ¿qué es ese pitido? Mi cabeza empezaba a darme vueltas y un sonido ronco y profundo nacía de mi pecho buscando una salida en forma de sollozos por mi boca. Alguien me estaba hablando… esa voz… ¡yo la conozco!
-          ¿Papá? – ¿y si no era él? Y sí… quizá vuelva a ser ella, no quiero que vuelva, no quiero que este aquí - ¿Eres tú?
-          Soy yo cielo, soy papá – la voz era ahora más cercana y clara. Mi padre estaba aquí conmigo - ¿Has tenido un mal sueño?
Poco a poco, sentí como mis ojos diferenciaban las formas de los muebles y el rostro de mi padre y como mi cerebro empezaba a recordar que ella no estaba en la habitación conmigo, que solo había sido un mal sueño, otra pesadilla más. Sólo eso. Me di cuenta en segundos que aquellos pitidos salían de aquella máquina monstruosa que sirve para despertarse y que no había nadie más en mi habitación, ahora iluminada por la luz de mi lámpara de noche, sólo mi padre y yo, nadie más.
-          Si, una pesadilla – le dije susurrando y secándome el sudor de la frente – No ha sido nada importante – Le sonreí.
-          Bueno, ahora ya está. Recuerda que hoy vuelves a Coruña con la abuela y que no debes olvidarte de llevarle el tupper.
Asentí y no pude evitar reírme con él cuando mencionó el “tupper – acuérdate de devolvérmelo cuando vuelvas” de la abuela. Mis abuelos vivían en A Coruña desde que eran jóvenes y yo, al ser la mayor de los nietos, había sido medio criada por ellos por lo que eran como unos segundos padres para mí. Normalmente, mi padre y yo íbamos a visitarlos cada sábado junto con mi hermano y su madre, y pasábamos allí la tarde y algunas horas de la noche, sobretodo la hora de la cena.
Mi abuela era una mujer muy organizada o como yo solía decirle con el “síndrome del exceso de organización” ya que le encantaba tener todo bajo su atenta mirada y su pulcro que hacer. En cambio, mi abuelo era el típico señor que si le dejarás haría una moción de censura al paso del tiempo quedándose en su infancia para siempre. La verdad es que cuando los miraba no me podían parecer mejor pareja y sobre todo no podría imaginarme un dúo romántico mejor.
*
Esa mañana había sido muy frustrante para mí, pero casi todas mis mañanas eran resultado de unas noches eternas en las que rememoraba ciertos sucesos de mi vida, partes donde se fueron quedando trocitos de mí, que es un precio muy alto para pagarle a la vida por conducir sin carnet por sus accidentadas carreteras. C´est la vie! Después de comer un rico fideuá con mi padre y mi pequeño pero travieso y pegajoso hermano, fui directa a por mi equipaje para coger el tren en dirección a una de las ciudades más hermosas que conozco: A Coruña.
En el tren me encantaba ponerme los auriculares y cerrar los ojos, imaginándome que volaba y que nadie podía hacerme caer mientras escuchaba a Joaquín Sabina y a sus magníficas pero chocantes letras. No es que no me gustara otro tipo de música más alegre pero Sabina me hacía sentir que estaba en casa, que siempre estuve en mi hogar y que nunca nadie podría alejarme de allí. Es curioso, pero me encantaba ese sentimiento de libertad y control aunque solo durara unos minutos, aunque no fuera real…
“Algunas veces vuelo y otras veces me arrastro demasiado a ras del suelo”
Me parecía que la canción estaba basada en mi vida, como si leyera mis sentimientos y los convirtiera en palabras que yo no sabía, ni de lejos, expresar. No me hacía sentirme mejor, apenas conseguía llenar el vacío que había nacido en mí alguna vez a lo largo de los años…
“Algunas veces vivo y otras veces la vida se me va con lo que escribo”
Puede que fuera eso, que ya no hubiera progreso para mí y que mi existencia estuviera condenada a vivir muriendo pero sin llegarse a morir del todo, como cuando el cielo se nubla y parece que quiere llorar, pero no puede, hay una pieza del puzle que falta, algo que se busca desesperadamente y nunca se llega a encontrar.
“Y algunas veces suelo recostar mi cabeza en el hombro de la luna, y le hablo de esa amante inoportuna que se llama Soledad”
Soledad… ¿Me siento sola a pesar de tener gente a mi alrededor? Creo que no me siento sola, pero si incompleta. Quizá me falte algo dentro, una pieza minúscula de mi sistema que lo altere todo y no deje que mi yo funcione correctamente…
“O dejo la puerta de mi habitación abierta por si acaso se te ocurre regresar”
Algún día habría tenido que pasar, tropezarme con una piedra de dimensiones catastróficas en mi camino y caerme de bruces si apenas tener tiempo de protegerme de los daños. Estoy segura de que así fue como sucedió, vino un tsunami que dejo todo destrozado en mi vida y ahora tengo que ir poco a poco reconstruyendo los edificios de mi presente con las dispersas y destruidas piezas de mi pasado. Debe ser así como uno se recupera de haber estado en aquel sitio oscuro y gélido llamado fondo… Y de repente la siguiente estación era A Coruña.



domingo, 5 de julio de 2015

Cuando nada es mío... Capitulo I



CAPITULO I

Recuerdo la primera vez que lo vi, un hombre alto que ocultaba su mirada bajo unas gafas de sol y caminaba hacia la multitud decido y seguro de sí mismo. No era el tipo de chico en el que yo solía fijarme, no era rubio ni tenía los ojos azules, era exactamente ese tipo de chico del que piensas “yo nunca saldría con un hombre como este”. Para que nos vamos a engañar, vi lo que por aquel entonces quería ver, alguien que no pudiera llegar a conocerme ni adentrarse en mi mundo.
Aquella tarde, era un día soleado de verano y yo me encontraba rodeada de la familia de mi madre, es decir, no estaba ni cómoda ni mentalmente allí. La iglesia era un pequeño edificio rodeado de hierba recién cortada y pequeñas flores blancas y amarillas que bailaban al compás de la suave brisa veraniega. No me gustaba aquel sitio, y no me gustaba mi familia materna y el aire que se respiraba a su alrededor. A unos metros de aquella pequeña y vieja iglesia estaban mis familiares y los vecinos reunidos para dar el último adiós a alguien peculiarmente cercano a mí. ¡Qué demonios! Yo solo estaba ahí para aparentar y no necesariamente para bien, la gente me decía “siento mucho tú perdida”, yo daba las gracias, dejaba que me abrazaran o besaran una mejilla y los despedía con una leve sonrisa de profundo protocolo de duelo.
Llevaba allí de pie horas, mirando como la luz del atardecer jugaba con las sombras sobre la lápida de piedra. La gente se fue, y yo me quede sola mirando fijamente aquella estúpida piedra y preguntándome porque no sentía absolutamente nada dentro de mí, ni una pizca de dolor o satisfacción, ni siquiera me sentía libre. Miré hacia el cielo y suspiré, había llegado el momento de decir algo, aunque fuera surrealista:
-          ¿Qué se supone que debemos decirnos? – dije mirando la lápida y sentándome en la fresca hierba – Nunca fuimos buenas hablando la una con la otra. No fuiste buena para mí y aún así, aquí estoy, hablando contigo cuando no tengo nada bueno que decirte. Ni siquiera sé por qué coño estoy….
-          ¿Qué clase de hija habla así a la tumba de su madre?
Me levanté de un salto del suelo y me sequé rápidamente la lágrima que estaba recorriendo mi mejilla. Me giré y ahí estaba, el hombre de las gafas de sol con una mano extendida hacia mí ofreciéndome un pañuelo y ligeramente encorvado, supongo que para estar más acorde con mi estatura.
-          Lo siento, te he asustado… Mi nombre es Martín – su voz sonaba como una melodía constante y amable, me gustaba – Salí a pasear con mi perra Perla cuando te vi aquí.
Era un chico bastante curioso, la verdad, no parecía el típico chico de veintitantos. Parecía mayor y su forma de moverse era muy elegante y decidida. No sé que había en él pero me hacía sentirme incómoda e irritada.
-          No pasa nada – le susurré mientras cogía el pañuelo que me estaba ofreciendo – solo estaba teniendo una conversación privada con mi difunta madre… y… y creo que debo irme ya a mi casa… eem… gracias por el pañuelo.
Pase por su lado sin ni siquiera mirarle a la cara, ¿pero quién se había creído para hacer semejante pregunta? La gente así me ponía nerviosa, siempre metiéndose en los asuntos de los demás… ¿Pero qué le pasa a la gente? En fin, no me valía la pena enfadarme con alguien a quien si quiera conozcía, como si me afectara en algo si ese chico se va y desaparece. Fui caminando entre las lápidas en busca de la salida pero había oscurecido y no lograba ver dónde esta se encontraba. Seguí caminando haciendo caso de mi mal sentido de la orientación cuando una sombra paso a mi lado a gran velocidad y oía pequeñas pisadas que se dirigían hacia a mí. Intenté relajarme e ir poco a poco en busca de la salida, primero un pie y luego el otro ¡muy fácil! Parecía que la técnica funcionaba cuando algo rozó mi pierna por detrás.
-          ¡Aaaaaah! – grité aterrada - ¡Dios mío! ¿Qué es eso?
Mi corazón estaba cada vez más acelerado y mis ojos miraban descontrolados hacia todas partes sin ver nada. No sabía qué hacer ni hacia dónde ir y no paraba de escuchar sonidos de pisadas acercándose a mí, cada vez más y más cerca…
-          ¡Perla! – Esa voz… ¡Otra vez él! – Perdóname otra vez, esta es mi perra Perla – Lo miré desconcertada – Siento mucho haberte asustado otra vez…
-          ¿Qué eso es un perro? ¿Es siquiera un animal? – mis ojos hacían un recorrido vertical de él a su perra - ¡Parece un caballo pequeño!
Él hizo una mueca y llevó una de sus manos hacia su cara, poco a poco fue quitándose las gafas y por fin pude ver su mirada. Estaba mirándome fijamente y a penas parpadeaba. Después de lo que a mí me parecieron unos minutos casi eternos, él se agacho un poco para estar a mi altura y dijo:
-          Déjame acompañarte a casa, por favor, para compensarte el haberte asustado dos veces.
Miré a mí alrededor y estaba verdaderamente oscuro. Lo miré y asentí ligeramente.

jueves, 21 de mayo de 2015

Trastornos del comportamiento perturbador ¿Cómo lo detectamos y qué hacemos?

Los trastornos del comportamiento perturbador son trastornos relacionados con la conducta de los niños y los adolescentes, que pueden llegar a ser peligrosos para el propio niño y las personas que están a su alrededor. 

Podemos hablar de dos tipos, el Trastorno negativista desafiante y el Trastorno disocial. Para diferenciarlos, el Trastorno negativista desafiante se caracteriza por seguir un patrón de comportamiento hostil y desafiante que dura al menos 6 meses. Entre los diferentes tipos de comportamiento podemos nombrar los siguientes:


  • El niño se encoleriza e incurre en pataletas
  • Discute con adultos
  • Desafía a los adultos y rehusa cumplir con sus obligaciones
  • Molesta de forma deliberada a otras personas
  • Acusa a otros de los errores que él mismo comete
  • Es fácilmente molestado por los otros
  • Es resentido
  • Es rencoroso y vengativo
Este trastorno provoca un deterioro verdaderamente significativo en ámbitos con el social, académico y laboral.


Por otro lado, el Trastorno disocial es un patrón repetitivo y persistente de comportamiento en el que se violan los derechos básicos de otras personas o incluso las normas sociales propias de su edad, manifestando conductas agresivas hacia personas, animales y a la propiedad. En este trastorno, es necesario detectar la gravedad, ya que puede ser leve, moderado o grave.

El diagnóstico de trastorno disocial se lleva a cabo cuando se observa que se presenten tres o más comportamientos (los pondremos a continuación) durante los últimos 12 meses y uno de los criterios durante los últimos 6.

Comportamientos/Criterios:

  • Fanfarronea, amenaza e intimida a otros
  • Inicia peleas físicas
  • Utiliza armas que pueden causar daños físicos graves a otras personas
  • Crueldad física hacia otras personas o animales
  • Ha robado enfrentándose a la víctima
  • Ha forzado a alguien a una actividad sexual
  • Ha provocado deliberadamente incendios con la intención de causar daños
  • Ha destruido deliberadamente propiedades privadas
  • Ha violentado el hogar, casa o coche de otra persona
  • Miente para obtener beneficios y evitar obligaciones
  • Ha robado objetos de valor sin enfrentamiento con la víctima
  • Permanece a menudo duera de casa a la noche a pesar de las prohibiciones paternas
  • Se ha escapado de casa por lo menos dos veces
  • Suele hacer novillos en la escuela
Este último trastorno está dividido en varios subtipos ya que podemos tener un hijo disocial que este bien integrado dentro de su grupo de referencia o que solo enfoca su agresividad a la familia. Es importante dejar claro, que el Trastorno disocial prevalece siempre sobre el Trastorno negativista desafiante.

Muchos padres se autoculpan sobre el comportamiento  de sus hijos, y aunque en cierto modo su manera de educar influye en el comportamiento de sus hijos, también lo hacen los factores biológicos, personales, sociales, protectores y familiares. 


Hay muchas situaciones que alimentan los malos comportamientos, como los casos de familias desestructuradas en las que los modelos educativos del padre y la madre son diferentes, así como los casos en que uno de los padres sufre una enfermedad grave y los hijos se sienten frustrados ante una situación que no comprenden.

Es frecuente dejar pasar los malos comportamientos, pero hay que ser consciente de que pueden ser una alarma a alguna preocupación de los niños y por eso debemos actuar como progenitores responsables. Una de las cosas que debemos tener en cuenta es que nuestros hijos pueden tener un problema de autoestima, esto es muy frecuente en el mundo infantil, y nosotros como adultos debemos ayudarles a mantener un autoconcepto equilibrado. 

Una técnica que consideramos interesante es el Entrenamiento en Autoinstrucciones, a través de la cual el niño puede guiar su conducta mediante pautas verbales poniendo su atención en la tarea que está realizando en ese mismo momento. Debemos tener en cuenta que los niños también tienen preocupaciones y que necesitan afrontarlas con nuestra ayuda. Se trata de un procedimiento de auto-control y auto-observación en el que los niños aprenden a regular sus comportamientos y a entender qué les está pasando.

Obviamente, hay casos extremos en los que los propios padres dan por perdidos a sus hijos, ya que puede haber recaídas ante cambios que los hijos no se esperan. En estos casos un profesional puede recomendar el uso de tratamientos farmacológicos como el Metilfenidato, Atomoxetina, Antipsicóticos o Litio, aunque se recomienda que se consulte siempre a un profesional.

La terapia no sólo debe centrarse en los niños si no que los padres también deben aprender a a reaccionar ante ciertas situaciones. Un buen método es la Escuela de Padres, en la que se pueden descubrir experiencias de muchos tipos y sentirse respaldado por otras familias que están pasando por situaciones similares.

domingo, 10 de mayo de 2015

Epidemias de normalidad

A veces pienso que el universo pone a prueba mi paciencia y mis principios hasta el punto de preguntarme si para todo en este mundo hay justificación. Hace muchos años decidí que no me gustaban la mayoría de las personas, me habían hecho daño y el ser humano no es famoso por recuperar la confianza en un santiamén, y yo no soy la excepción a esta inmensa regla.

Durante años no deje que nadie ajeno a mi familia cercana entrara en mi vida, yo no sabía quién era ni quien quería ser y el hecho de tener que preocuparme de los grupos sociales me parecía un tormento digno de ser escrito en una enciclopedia médica como un tipo nuevo de dolor físico y mental. Los grupos siempre me han parecido la estructura más extraña que he llegado a ver y es que hay que ver lo que te encuentras por ahí... aunque supongo que habrá de todo en este infinito universo.

Quizá sea porque yo soy rara, o eso dicen, ya sabéis, una fuera de norma y me temo que hay que ser muy igual a lo que la sociedad quiere para tener amigos. Muchos estaréis pensando que en vuestro grupo de amigos todos sois muy diferentes, y es posible que así sea pero siempre hay un conector común y un líder, alguien que ha puesto la primera piedra y que si se fuera el grupo se destruiría para terminar en un ¡Vaya! ¿Qué es de tu vida?

Yo he llegado a la amarga conclusión de que mi existencia no está preparada para tan semejante actividad social y me pregunto si es porque yo no quiero o porque no quieren los demás. Siempre me ha resultado difícil encajar y no es la primera vez que oigo la siguiente frase: "Vamos a salir de copas... Bueno, tú no que no bebes" Y tienen toda la razón, ya que el hecho de ser abstemia me impide pisar bares de copas y divertirme, es una religión que no se lleva y cuando entras a un bar a partir de las 23 horas pidiendo algo que no lleve alcohol te miran como diciendo "esta juventud de hoy en día..." ¡Indignado me siento porque no seas como casi toda la población de tu edad y no bebas alcohol! Si es que podéis decirlo... yo misma me lo he buscado por dejar de beber y cuidar mi salud.

También he escuchado cosas como: "+ Oye vamos a ir a X sitio ¿te vienes? - Quizá más tarde, pero avisadme si al final vais a ese otro X sitio +Vale!!" Luego resulta que accidentalmente se les olvidó llamarte y ni siquiera se acordaron de pedirte disculpas cuando subieron las fotos al Facebook. Ya no sé dónde se ha quedado dormida la educación, pero me imagino que estará en un bar de copas con la cortesía.

Cuando por fin descubrí quien soy y quien quería ser, abrí un poco las puertas a los demás y encontré gente maravillosa pero también encontré gente que se esfuerza por decepcionarme cada día, con lo fácil que es pasar de la gente que no te cae bien en vez de fingir lo contrario... En fin, yo continuaré observando la epidemia de normalidad que hay en el mundo mientras pido un agua en un bar de copas.